El caballo y
el jabalí
Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en
un río poco profundo.
Allí también acudía un jabalí que, al remover el
barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua.
El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero
el jabalí se ofendió y lo trató de loco.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.
Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a
buscar al hombre y le pidió ayuda.
-Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero
debes permitirme montar sobre tu lomo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo.
Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que
pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte.
Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río
para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.
Pero el hombre no pensaba desmontar.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo.
Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer
su voluntad y le puso rienda y montura.
Él, que siempre había sido libre como el viento,
por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.
Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se
lamentó noche y día:
-¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el
jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin
importancia, terminé siendo esclavo!
A veces, con
el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien sólo tiene
interés en dominarnos.
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